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© del texto: Salvador Domínguez
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Esta biografía de Banana está tomada íntegramente del libro de Salvador Domínguez:
Los Hijos del Rock, los grupos hispanos 1975 - 1989 (Fundación Autor-SGAE, 2002).
Lo pasamos en grande y pienso que hicimos un trabajo formidable, pero, como a partir de aquel instante Polydor intentó conducirme hacia un mercado para fans quinceañeras, y, a su vez, algún interesado empezó a extender la teoría de que yo no era un rockero auténtico y que me había vendido a no sé qué, me la jugué haciéndole un quite por delantales a ese manso peligroso que se me colaba por el pitón izquierdo. Visto el percal, volví a Inglaterra, país que, aunque escaso en reses bravas y de trapío, era el burladero perfecto para respirar aire fresco, insuflarme de buen rock y montar una nueva Banana, sólo que en este caso se llamaría Banzai. No fue tarea sencilla.

  
  • El nombre de Banana estaba inspirado en el famoso dibujo que en 1966 hizo Andy Warhol para Velvet Underground.
 
  • Tommy Bolin: Guitarrista, cantante y compositor de hard rock, nacido en Sioux City, Iowa, y afincado en Boulder, Colorado, EEUU. Tocó en grupos como Zephyr, James Gang y Deep Purple. Participó en discos de Billy Cobham y Alphonse Mouzon. En solitario, grabó los elepés Teaser (1976) y Private eye (1977). Falleció en Miami, Florida, el 4 de diciembre de 1976, por sobredosis de heroína, tras actuar en un concierto junto a Jeff Beck.
 
  • Banana: Salvador Domínguez (Guitarras: Gibson SG Junior, Fender Stratocaster. Amplis: Marshall y Orange, de 100 watios), Julio Blasco (Bajo Fender fretless), Pedro Moreno (Batería Premier).
 
  • Durante 1978 y 1979, los músicos que pasaron por la banda de Salvador fueron Eduardo Ramírez (bajo), Pedro Moreno, Larry Martín, Miguel Ángel Guillermo, Salvador Niebla (bateristas), Javier Benet, Rafa de Guillermo (teclados), Paula Narea y Cristina Narea (coros).
 
  • El elepé Banana (1978) se grabó en los estudios Fonogram. Tino Azores fue el ingeniero de sonido.
 
  • El elepé Recién pinchado (1979), se grabó en los estudios Eurosonic. Pepe Loeches fue el ingeniero de sonido.
Por lo demás, ahí empieza una carrera solista, y como este libro, por razones de espacio, que no de rechazo, trata primordialmente sobre grupos de rock&pop, echaremos rápidamente el telón, no sin antes decir que durante aquel año de 1978 participamos en la gira de La Noche Roja, y también en otra conocida como la Rock&Gira, organizada por Amelia Castilla, hija del empresario y promotor Arturo Castilla, que nos llevó a todas y cada una de las capitales de provincias españolas. A todo esto había que sumar las múltiples galas firmadas. En el verano del 79, durante la grabación del segundo elepé, Recién pinchado (1979), Julián y yo, en vez de remachar convenientemente la faena, nos distanciamos inconscientemente, sin pretenderlo ninguna de las dos partes. Él se dedicó entonces a otras producciones - Alaska y los Pegamoides, Orquesta Mondragón, Tino Casal, etc. -, y yo terminé el disco, con Carlos Narea como productor de oficio de la compañía.
“La estación está radiando mi basura de canción
 Piénsalo, créetelo, piénsalo, créetelo:
Es una broma.”
Tres semanas después, los días 29 y 30 de septiembre, dos directivos de Polydor, Juan Antonio Parejo y Juan Manuel Romero, venían a vernos tocar a M&M y al día siguiente comíamos con ellos y con el nuevo A&R de la compañía, Carlos Narea, quienes nos propusieron utilizar a nuestra conveniencia los estudios de Fonogram para grabar unas maquetas. Desafortunadamente, y todavía no entiendo porqué, la interpretación que hizo nuestro cantante, Pedro Talavera (ex Grimm, ex Simún), durante la maquetación de unos temas que llevábamos seis meses tocando en directo, fue desastrosa. Parecía como si hubiésemos subido la afinación de los instrumentos cinco tonos, y Pedro, un estupendo vocalista de r&b, no lograba ni por asomo alcanzar las notas agudas.
 
La decepción por parte de todos los allí involucrados fue mayúscula, y mis argumentos sobre la inviolabilidad del grupo quedaron desactivados ipso facto. No me quedó más remedio que asumir el papel de cantante, guitarrista y compositor, tal y como había aconsejado Julián desde el primer momento. Así moría Banana como grupo y nacía Banana como título de mi primer elepé, que empezamos a grabar en los estudios Fonogram en diciembre de 1977. Ni siquiera había transcurrido un año desde que dejé Los Pekenikes, y la apuesta ya daba sus frutos. Por fin podría grabar un disco por mi cuenta. Ya me tocaba... La fe y constante dedicación de Julián, y la paciencia de su mujer, Mariví Fernández Palacios, fueron vitales para ello. Gracias, amigos.

Entre tanto, como con el fiasco de la maqueta el grupo había dejado de existir y Polydor no terminaba de firmarnos el contrato discográfico, no parecía sensato parar de tocar, por lo que volví a ensamblar una nueva Banana con la que aprovechar el tiempo hasta que el disco estuviese en la calle. Así empecé a ensayar con tres buenos amigos, grandísimos músicos: Javier Vargas (guitarra), Paco Ruiz (bajo, ex Shakers, ex Micky y Los Tonys) y Álvaro Galvis “El Chévere” (batería, ex Malanga, ex Dolores), pasándolo de maravilla y recorriendo juntos nuevas plazas.
 
De este modo, en aquel primer álbum, Banana (1978), participarían los integrantes de las dos últimas cosechas bananeras: los tres mencionados más Pedro Moreno (batería) y Julio Blasco (bajo). Javier Benet tocó piano acústico, eléctrico y clavicordio. Mary Jamison hizo coros. También pude contar con ilustres invitados, como Jorge Pardo (saxo y flauta), Rubem Dantas (percusión) y Pedro Ruy-Blas (voces y percusiones), miembros del grupo Dolores, y disfruté también del incalculable apoyo moral de Miguel Ríos, quien se pasaba de cuando en cuando por el estudio a echar una mano. Él, en ese momento, estaba promocionando Al-Andalus (1977), un álbum complejo, magnífico, con aires jazzistas y andalusíes, reencontrándose con el rock en su siguiente obra, Los viejos rockeros nunca mueren (1979), anticipo del clamoroso éxito popular que obtendría a partir de 1980.
 
Escalonadamente, entre marzo, abril y mayo de 1978 debutábamos discográficamente y empezamos a sonar a tope en las emisoras de radio una serie de artistas y grupos que volvíamos a poner sobre el tapete el rock básico y cañero, ausente por desgracia desde hacía varios años: Asfalto con El Capitán Trueno, Ramoncín y W.C.? con El rey del pollo frito, Tequila con Necesito un trago, Moris con Zapatos de gamuza azul, y un servidor con Es una broma. Otras bandas como Leño - con Este Madrid - y Cucharada - con Social peligrosidad - no tardarían en hacer acto de aparición, y la rockería española reaccionó como un muelle.
La realidad de la carretera, los conciertos, los alquileres de equipos de sonido y luces, de transportes, y otros factores importantísimos, eran, para ellos, meros caprichitos secundarios. “Las galas son pan para hoy y hambre para mañana”, solía decirme el director de Polydor, y esa era la política a seguir por todas las compañías de España, especialmente en CBS, la más lucrativa, organizada e imitada en sus campañas de promoción por las demás. Por otro lado, tenías la posibilidad de pedirle a tu mánager que te prestara el dinero para comprar un buen equipo de P.A., pero eso..., era impensable, algo de locos.  No sé si Julián entendió bien lo que le estaba intentando explicar, pero no volvió a mencionar el tema. El tiempo nos daría la razón a los dos.
En aquella conversación, Julián me sugirió que debería asumir el rol de cantante, a lo que me negué rotundamente, no ya por lealtad hacia nuestro vocalista o porque no me apeteciera cantar, sino porque sabía que para enfocar una carrera solista dentro del rock, y no ser protagonista de un montaje mediático de corte melódico, hacía falta una infraestructura mucho más sólida de la que yo disponía en aquel momento. Las discográficas, a la hora de lanzar a un cantante nuevo, tenían marcada una pauta común y no se salían del guión estipulado: cuñas en las SER, actuaciones en “El Gran Musical” y en el programa de televisión de moda, y montarle un club de fans. Con suerte lograrían hacerle concursar en el Festival de Benidorm. ¿Alguna similitud con el rock?
¡Cojonudo...!  Julián coincidía con Eduardo Haro y Ordovás en que el grupo sonaba potente. Pero, además, y gracias a los conciertos que nos habíamos metido entre pecho y espalda,  habíamos superado nuestro distanciamiento con el público. La torre de marfil pasaba a ser historia. Ese verano, nuestro bajista Julio Blasco se iba con Granada, y el de ellos, Chicho Hipólito, se venía con nosotros. Intercambio de parejas y todos contentos. En la reunión que Julián y yo tuvimos aquella misma tarde, me habló de producirnos. Obviamente, dada su condición de crítico musical de primera línea mantenía estrechos contactos con todas las discográficas, veía la posibilidad de insertarnos en alguna de ellas, y creía que, perfilando convenientemente el repertorio, la cosa podría tener éxito.
 
Calculo que fue por entonces cuando Mariscal Romero estaba poniendo en marcha el sello Chapa, la voluble industria discográfica española parecía interesarse súbitamente por los grupos, e imagino que Julián, estando al tanto de todo esto, decidió zambullirse a la piscina y plasmar sus gustos e ideas musicales con un grupo, iniciando así la que sería una exitosa carrera como productor. Lo bueno era que los dos compartíamos los mismos gustos musicales, y éstos, afortunadamente para nosotros, eran francamente amplios.
A la caída del amanecer, o del atardecer, podías terminar desmayado en cualquier lugar, dependiendo de cómo rodaran los dados, un tipo de historia sobre la que prefiero no profundizar demasiado en este libro, cuyo contenido pretende ser musical y no un turbio monólogo sobre la decadencia y los vicios del ser humano.
 
Después de la primera tocata en Morata de Tajuña, Gálvez nos colocó en varios festivales: Guernika - con Brakaman, Bloque y Coz -, Móstoles - con Ñu, Asfalto, y W.C.? - y de ahí a  la plaza de toros de Benidorm, donde tuve el placer de descubrir a Costa Blanca, para mi gusto una de las mejores agrupaciones españolas de aquel tiempo, con quienes coincidiríamos al año siguiente en la gira de La Noche Roja.
 
Para entonces yo ya había alertado de la existencia de Banana a Julián Ruiz, destacado y temido por sus feroces críticas, periodista musical y deportivo, a quien conocía de mi paso por Los Canarios, ya que, junto a Carlos Juan Casado (A&R de Ariola) y Manolo Correa, había sido uno de los mejores amigos de Teddy.
 
Julián vino a vernos a una discoteca de Colmenar Viejo, pareció gustarle el grupo, prometió hacer una crítica en Popular 1, y así quedó la cosa. Un par de días más tarde me telefoneaba diciéndome que quería hablar conmigo sobre un proyecto que tenía en mente; de paso, me conminaba a que leyera en Marca, fecha: 2 de septiembre de 1977, un comentario que había escrito sobre nuestra actuación.
 
 “No son numerosas ni mollares las oportunidades que el cronista dispone para hablar, aunque sea bien, de un grupo de rock hispánico. Pero el caso de Banana es único, tras los escarceos en este verano maldito. Fundado, formado y capitaneado por Salvador Domínguez, guitarrista implacable e impecable, logra magníficas reacciones en los primeros contactos con la audiencia.
 
Salvador fue un héroe de los tiempos paleolíticos del rock madrileño. Tocó en Cerebrum, Blue Bar, Canarios, Pekenikes y formó la primera edición de Banana hace ahora un año. Pero, tras despedirse de Pekenikes, el pasado mes de junio pudo componer la auténtica y definitiva Banana, un grupo que, afortunadamente, no comete el incesto de la búsqueda del rock macarra y basurero.”
Pero la noche madrileña no invitaba  a planteamientos kafkianos sobre incomunicación de masas. El jolgorio era continuo, y podías pasarte tres días seguidos colocado y sin pegar ojo, rodeado de chicas vistosas con auténtica vocación de osas hormigueras en celo. Aquella procesión de los desamparados arrancaba en los pubs de la calle Libertad y de Augusto Figueroa - La Vaquería, El Armadillo, etc. -, desembocando finalmente todos los penitentes en El Escalón, un pequeño club en el Centro Norte, junto a la estación de Chamartín. También en M&M, que desde hacía algún tiempo abría sus puertas hasta altas horas de la noche y parecía haberse sofisticado algo más; al menos ya no veías únicamente tíos bailando solos, haciendo que tocaban la guitarra.
Después de dar debida cuenta de todos los brebajes etílicos posibles y violentar a los camareros de la sala, regresaron a Madrid con nosotros, en la furgoneta. Tras la resaca de rigor, Eduardo escribiría un desternillante artículo en la revista Triunfo, titulado “Banana y el rayo verde”, que todavía conservo por razones afectivas.

“(...) Los grupos que conforman el rock madrileño suelen tener poca calidad instrumental y poca imaginación creativa, aunque sustituyan estas faltas con la elaboración de una imagen coherente y claramente definida; en Madrid, el rock suele ser lenguaje antes que música, imagen antes que sonido.
 
Banana se separa de este grupo, e incluso podría decirse que le lleva bastante ventaja: hacen una música cuidadosa, de mucha mayor calidad sonora de lo que es habitual. (...) Han sabido asimilar la influencia de, por ejemplo, Led Zeppelin y de otros conjuntos comerciales y fuertes anglosajones, sin desmerecer para nada de los originales. Los componentes de Banana saben muy bien por dónde van y lo que pretenden; no tocan “de oídas”, sino con un sentido claramente profesional de la música.
 
Por otra parte, le falta al conjunto precisamente lo que es más importante del “rock madrileño”: una imagen. No adoptan la máscara de la dureza y de la violencia, lo que me parece muy bien; pero tampoco han sabido sustituir esto, que en ellos sería un disfraz, por otro tipo de imagen reconocible; tal vez es que tampoco hayan encontrado un tipo de público con el que tengan, de algún modo, necesidad de sentirse identificados.”
 
Haro Ibars tenía razón, porque a pesar de las precauciones tomadas al montar esta segunda edición de Banana, con la que sí pretendíamos ganarnos la vida, seguía detectándose el mismo defecto apuntado un año antes por Ordovás. Había que poner remedio, y pronto.
Busqué asociarme con nuevos músicos,  empezamos a ensayar, hablé con Javier Gálvez y con los de Lacochu, para que nos proporcionasen actuaciones, y al mes, cuando todo estuvo a punto, llamé a un par de amigos periodistas para que vinieran a vernos tocar y escribiesen algún articulillo en consecuencia. Uno era Eduardo Haro Ibars, el otro Julián Ruiz. Eduardo no se hizo de rogar y se pasó por nuestro primer concierto, en la discoteca New Center de Morata de Tajuña, a donde llegó en un autobús de la Sepulvedana acompañado por su inseparable compadre, el muy cáustico Miguel Ángel Arenas.
Como cabe imaginar, lo del grupo paralelo no terminó de calmar mi comezón, y en vez de aliviarla se complicó con una brutal urticaria que me llevó a dejar definitivamente Los Pekenikes en marzo del 77 para concentrarme exclusivamente en lo mío. Fue una decisión complicada: eran tipos divertidos, buenos compañeros, y el inminente calendario veraniego estaba repleto de galas con las que llenar convenientemente las alforjas; pero no lo dudé. Tommy Bolin, uno de los guitarristas guiris más explosivos del momento, acababa de palmarla con sólo veinticuatro años y a mí se me escapaba el tiempo de las manos, así que empecé la faena con una larga cambiada de rodillas.
Todo esto dio pie a la formación de Banana, una banda paralela, con Félix Arribas (ex Silver's) de los propios Pekenikes en los tambores, y mi viejo compinche Chema Pellico (ex Cerebrum, ex Blue Bar) al bajo. Como el “ridiculum vitae” de los tres aglutinaba agrupaciones tan prestigiosas como Canarios, Pekenikes, Cerebrum, y Blue Bar, no tuvimos problemas en integrarnos rápidamente al circuito de actuaciones underground, que para entonces parecía cobrar renovados ímpetus después de una larga e infame sequía.

En marzo de 1976 ya estábamos actuando en Colegios Mayores y en sitios como la sala Argentina, de San Blas, con un repertorio propio que estilísticamente oscilaba entre los gustos de Félix: Tony Williams Lifetime, Billy Cobham, Alphonse Mouzon; o los míos: el hard rock-funk de Jeff Beck, Tommy Bolin, Allan Holdsworth y otros ases guitarreros. Como seguíamos en Pekenikes, y con Banana no pretendíamos hacernos ricos, nos permitíamos licencias inimaginables. Íbamos a la nuestra y no hacíamos concesión alguna cara a la galería, lo cual nos distanciaba sobremanera de un público ultramarchoso, instalados como estábamos en una lejana atalaya profiláctica, o torre de marfil, un grave defecto autista que acertadamente puntualizó Jesús Ordovás Blasco (Job) en una crónica publicada en la revista Disco Expres en mayo de aquel año.

“Banana no son agresivos ni broncas. Para eso están Burning, Coz o Moon. Los Banana son tres profesionales del rock estilizado, sofisticado... en la línea marcada años ha por los Cream. (...) Saben cómo tocar y como sonar, pero les falta gancho. Son elitistas y distanciadores. Tocan desde su torre de marfil. Así que si quieres que alguien te toque bien mientras bebes un tequila sunrise enróllate con Banana.”
Banana fue un trío que me saqué de la manga mientras estaba con Los Pekenikes, para intentar vadear el vacío creativo producido por tener que tocar un repertorio ajeno, compuesto hacía ya muchos años y que no representaba la realidad de la España de entonces ni mis inquietudes hardrockeras; pero, en 1974, si eras profesional y vivías de esto, no te quedaba otra salida. Es más, lo mío era un verdadero chollo: no tenía que andar acompañando a ningún melódico neurótico y megalómano, ganábamos mucho dinero, y durante la temporada invernal me largaba a Inglaterra para seguir mamando de la teta del rock, ver conciertos y reunirme en el club Speakeasy - Margaret St., Londres - con los músicos locales más golfos y decadentes, intentando con ello mejorar mis prestaciones guitarreras y sexuales.

En las pruebas de sonido de los cientos de galas que hicimos nos permitíamos experimentar nuevas tendencias, ritmos, acordes y melodías, pero aquella creatividad desaparecía en cuanto empezaba el show y nos marcábamos Embustero y bailarín, Lady Pepa, Frente a palacio, Sombras y rejas o Hilo de seda, grandísimos temas pertenecientes a lo mejor de la historia del pop español, sí, pero de la de los años 60 y no de los 70, que eran en los que vivíamos. La demanda que había por el grupo y sus viejos éxitos no nos permitía zambullirnos en otras aguas, así que la utopía de cambiarnos el nombre y plantear una línea musical más arriesgada era algo completamente fuera de lugar. Una lástima, porque la solvencia instrumentística de sus componentes invitaba a ello.
No es que a uno le apetezca andar contando su vida ni narrar batallitas acaecidas en otros tiempos, francamente, me da vergüenza, pero si tenemos que hablar sobre Banana no me va a quedar otro remedio. Pido por ello disculpas al pacientísimo lector y ruego sea lo más indulgente posible ante las evidentes dosis de egocentrismo acumulativo.
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