Salva, ¿cómo fuiste a parar al mundo de la música?
De chaval comencé a interesarme por los grupos californianos de Surf
instrumental: Dick Dale & The Del-Tones, The Surfaris, The Challengers y The
Chantays, todos equipados con guitarras, amplificadores y unidades de reverb
diseñadas por Leo Fender, que tenía su taller en Fullerton, un pueblito en los
suburbios de Los Ángeles. El sonido de guitarra en temas como Misirlou,
Wipe out y Pipeline me volvía loco. Acto seguido aparecieron los
Beatles, con toda la conmoción que ese fenómeno de la beatlemanía trajo consigo,
y enseguida escuchamos a los Rolling Stones quienes nos descubrieron el Blues y
el R&B.
En cuanto oí a los Yardbirds con Eric Clapton - y luego con Jeff Beck y Jimmy
Page -, me di cuenta de las inmensas posibilidades del instrumento y, ya en
1966, a los 13 años, formé mi primer grupo con un compañero de clase y dos
vecinos, bautizándonos como The Horsebreakers, en clara alusión a los
Bluesbreakers de John Mayall. Mi padre me acababa de comprar una guitarra
Silvertone y mi madre un ampli de 20 watios. Se ve que aquel año saqué buenas
notas en los exámenes. No debía ser mal estudiante, porque al año siguiente
logré que me regalaran mi primera guitarra eléctrica: una Hagstrom Viking,
sueca, o quizá es que di el coñazo bien dado, que es lo más probable.
En aquel grupo escolar hacíamos temas de grupos británicos de R&B, como The
Kinks, The Rolling Stones, The Animals, Yardbirds, Pretty Things, Manfred Mann,
Them; de bandas de `garage´ norteamericanas (The Seeds, The Standells, The
Sonics, ? & The Mysterians, Count Five, Shadows Of Knight, The McCoys, The
Syndicate Of Sound, Electric Prunes, Blues Magoos, The Music Machine y The
Outsiders). También estábamos puestos en cuanto al naciente folk-rock
electrificado, que ofrecían exponentes de tanto talento como The Byrds y The
Lovin' Spoonful. Tocábamos como el culo, pero lo pasábamos en grande y la
fascinación por el rock iba poco a poco germinando en nuestros pequeños cuerpos.
El hecho de que pudiésemos ver tocar en vivo a grupos locales (como Los Impala,
Los Dangers, Los Holydays, Los Claners, etc.), hacía aún más emocionante y
divertido nuestro aprendizaje.
Vivíamos en Caracas, Venezuela, pero como por entonces, y no como en años
posteriores, la economía del país era francamente boyante, todos los veranos - y
algunas fiestas navideñas - cogíamos un barco y nos íbamos “de crucero” a Miami,
donde nos empapábamos de las nuevas tendencias musicales que allí empezaban a
desarrollarse, aparte de comprar ropa y elepés de nuestros grupos favoritos.
Luego, durante 1967, estuve viviendo un tiempo en Coral Gables, una zona cercana
a Miami, y aunque sólo tenía 14 años pude disfrutar a tope del llamado Verano
del Amor. Todo ese rollo de los hippies - practicar el amor libre e inflarse de
drogas - me parecía una utopía inalcanzable para un crío de mi edad, aunque
afortunadamente pude extraer mis propias conclusiones tras ver en directo a The
Yardbirds, The Doors, Young Rascals, Blues Image y Vanilla Fudge. El camino a
seguir había quedado más que clarificado.
En 1968 regresé definitivamente a España con mis padres, y empecé a tocar de un
modo mucho más profesional, aunque, claro, el choque frontal con la mentalidad
musical y social de mi país fue un tanto frustrante. No obstante, también pude
extraer conclusiones positivas: estaba a tiro de piedra de Londres, que en
aquellos momentos todavía era la capital del Rock, aunque le quedaban pocos años
de reinado.
En las Navidades de 1970 entré a tocar con Cerebrum, uno de los primeros grupos
“progresivos” españoles. Luego formé Blue Bar, un power-trío muy apreciado en la
movida underground de entonces, y a comienzos de 1972 ingresé en Los Canarios de
Teddy Bautista que era el grupo español que más me gustaba, con diferencia. De
esta manera empezaba mi carrera profesional. La verdad... tuve bastante suerte.
¿Qué formación en la que has estado ha dejado más huella en tu carrera?
Es algo imposible de contestar. En todas las que he estado siempre he intentado
aprender y pasármelo bien, buscando ofrecer al público lo mejor de mí mismo. Al
fin y al cabo yo elegí esta profesión y nunca he buscado tocar con nadie por
intereses meramente comerciales o económicos. Creo que hay que hacer lo que a
uno más le gusta y para lo que uno está capacitado. El dinero derivado de ello
es una especie de recompensa por tu esfuerzo. Así al menos me lo tomo yo. Pienso
en la música como un arte y como un medio con el que intentar escapar del
Sistema. Lógicamente, esta libertad artística conlleva grandes sacrificios; hay
que pagar un alto precio por ella, por supuesto...